 Hay algo que nadie podrá negarme: que somos emperadores de nuestro dolor, de nuestra angustia y pesadumbre; aunque intentemos abrir las fronteras de la desesperación hay algo que no se hace evidente de puertas para afuera, cada vez que le contamos a otros lo que nos hiere, las murallas que fueron construidas en razón de la particular interpretación del mundo, se alzan imponentes, y poco a poco, las venas por las que corre la sangre que pulsa en las venas, son tapadas como el alcantarillado de una ciudad naciente, sin que esto implique, que dejen de estar allí. Sólo nos hacemos conscientes de tal circunstancia, cada vez que hay una fuga, cada vez que algo se rompe, y las lágrimas acuden a los ojos, como una inundación.
Hay algo que nadie podrá negarme: que somos emperadores de nuestro dolor, de nuestra angustia y pesadumbre; aunque intentemos abrir las fronteras de la desesperación hay algo que no se hace evidente de puertas para afuera, cada vez que le contamos a otros lo que nos hiere, las murallas que fueron construidas en razón de la particular interpretación del mundo, se alzan imponentes, y poco a poco, las venas por las que corre la sangre que pulsa en las venas, son tapadas como el alcantarillado de una ciudad naciente, sin que esto implique, que dejen de estar allí. Sólo nos hacemos conscientes de tal circunstancia, cada vez que hay una fuga, cada vez que algo se rompe, y las lágrimas acuden a los ojos, como una inundación.Anónima
 
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