martes

Tardanza


No podía desviar la mirada, la lluvia, abundante, prolija, desordenada, me tenía cautivada. A lo lejos un relámpago, dos, tres, y el retumbar de su eco entre las paredes. Durante muchos años, le tuve miedo a las tempestades, a los perros, a las sombras de luna llena, a los desconocidos, y a la soledad. A la soledad siempre te tuve pánico, me la imaginaba como un manto infinito, que una vez me cubriese, sería capaz de asfixiarme.
 Todas mis cobardías se me figuraban ahora, como las ondas que produce cada gota de lluvia sobre el pavimentado patio. Sentí deseos de salir, de correr y empaparme, de dejar que el agua me agujereara los temores, y con buena suerte, se expandirían tanto, que paulatinamente se romperían, y yo me libraría incluso de la soledad. Antes de lanzarme en brazos de aquella tentadora idea, me pregunté si debería abrigarme o no, si sujetaría mi cabello, o lo dejaría libre.

Y tanto pensé, que pronto, dejó de llover.

Anónima.

Sanando


Al menos de mi parte, puedo afirmar que haber tenido la oportunidad de escribir, fue como una poción sanadora. Y no sólo escribir, sino escribir para ser leída, a pesar de rehusarme a detentar la autoría. Estuve mirando en tu perfil en facebook, y por extraño que me parezca, el ver publicado el escrito me permitió quitarme algo de encima. Creo que nos brindas la oportunidad de romper el silencio de la cotidianidad a gritos. Agradezco mucho el envío de algunos comentarios.
En lo que a mí concierne (y estoy segura, que a muchas mujeres más), hay algo que se revolvió, algo pestilente que pude sacarme de encima, y que espero, me brindará la oportunidad de seguir adelante, sin cataratas en los ojos, sin mordaza, seguir en mi cotidiana batalla.
Anónima

Alelos

Indisolublemente separada, ausente. Así es como me siento a veces, ¡tan alejada de cualquier propósito!, náufraga en mi desierto. Me niego a pensar, me resisto a sumergirme en ese pozo oscuro que son los recuerdos. No importa si estoy riendo a carcajadas, si cumplo mis deberes con el automatismo de estas palabras que parecen escribirse una tras otra, cada una en su lugar, me sumerjo una y otra vez.
Puedo cerrar los ojos, taparme los oídos, recostarme sobre mis propios brazos para ahorrar el flujo de sangre, incluso morderme la lengua para abstenerme de hablar. No basta con encerrarme en mi cuarto y tapiar puertas y ventanas. El enemigo habita dentro de mí, retumba en mi cabeza, rompe mi piel desde adentro, me quema la poca alegría que a veces despunta en el oriente, y convierte las cenizas en un fango despiadado que deja correr sus vapores entre la sangre: a diario, constante, tan insistente como mis propias manías.
Hay tardes especialmente lluviosas en las que incluso puedo oler la mezquindad que rompió los vestidos de mis muñecas, y me aterro, me paralizo ante esa verdad: hace muchos años soy yo misma la que exuda los vestigios de su canallada. Está en mi código genético el germen del horror del que no fui capaz de huir.
Y estará ahí siempre, mientras yo continúe con vida, será parte de mí. Tal vez por eso me siento extranjera de mis propios huesos, quizá a eso se deba en parte, esta xenofobia respecto de mi carne.

Anónima.

Mi Propio Silencio.


Hace ya casi treinta años que ocurrió, pero aún vuelven a mí los recuerdos, el dolor, el resentimiento, la tristeza y el asco... Tal y como ocurrió la primera vez que comprendí lo sucedido.

Es un tormento que se esconde bajo la marejada de mi alma, y al menor movimiento, emerge como un cadáver horroroso, que a la vez que me aterroriza no puedo dejar de mirar. Y cada vez con una fuerza renovada, me hace sentir nuevamente como si yo no fuese más que un desecho inmundo. Me dan ganas de arrancarme las carnes. Se fortalece un odio imposible hacia él.

Imposible porque desde muy pequeña caí en cuenta que a él no podía repudiarlo, que lo que se esperaba de mí, era que lo amase, pero, ¿cómo hacerlo?, ¿cómo es posible que me hayan convencido que es un deber amarlo?, ¿por qué no puedo siquiera odiarlo con libertad?

Un día me dije a mí misma que ni siquiera en su lecho de muerte, le daría a entender que yo recuerdo todo, que aún me resuenan sus palabras, que cuando me convertí en mujer, mi propia sexualidad reflejaba una y otra vez lo ocurrido. Mi castigo sería, nunca reprocharle, abstenerme de escupirle a la cara, quizá con la absurda esperanza, de que al menos la ausencia de palabras al respecto, le harían germinar como bacteria, una culpa que con suerte, le atormentaría hasta el final de sus días. Sin embargo, no había ninguna evidencia que tal y como yo suponía, él tuviese al menos una gota de remordimiento.

Me siento completamente impotente, no soy capaz siquiera de lanzarle una mirada de desprecio. Siempre he sido capaz de demostrarle mi amor, pero nunca el odio.

Me aterra pensar en las consecuencias de sacar a la luz el sufrimiento de tantos años. No me creo capaz de soportar la reacción de mi madre, el dolor que le causaría.

Aunque sé que no hay justificación alguna para que el silencio de mi parte haya sido su cómplice más leal, no podría afrontar el hacerlo público; la vergüenza, las preguntas, el dolor. Sólo imaginar la posibilidad hace que incluso se detenga la escritura.

Esto sólo lo escribo, porque no tengo intensión de detentar autoría, yo misma me relegaré tal y cómo lo he hecho todos estos años, al anonimato.

No tengo fuerza para proceder de otro modo, mi fuerza se ha concentrado en mantenerme viva cada vez que el tormento se renueva, y son tantas las veces en que he sentido mi ánimo flaquear. Tal vez porque en mi mundo hay otras personas, otras actividades, y esta querida escritura, me he mantenido medianamente cuerda, medianamente viva, odiándolo a medias, odiándome a medias (aunque sé que no hay razón válida, es así, lo siento así).

La única forma que tengo de seguir adelante, es tratar de hacerlo, tratar de no pensar, resistir, callar mientras hablo de otras cosas, guardar como un tesoro en el alma, éste desprecio que nunca será dirigido en primera persona a él, y acaso, seguir escribiendo, con la convicción que nunca lo perdonaré, que seguiré queriéndolo, pero sólo porque es mi deber. Por el momento, no me puedo hacer responsable de nada más... Y callo nuevamente.
  

Anónima.

Manifiesto por la Muerte de Alejandra


El arcoíris que nos acompañó el día del entierro de mi hija Alejandra, lo vemos hoy como  un portal  de  colores que nos pedía dar luz a la oscuridad. Poco a poco esa luz ha ido entrando y abriendo el camino a una historia de horror, de falta de ética, de máscara social, de doble moral, que configuraron una trama que terminó en el suicidio de Aleja,  atrapada en el silencio cómplice del poder.
Hoy hemos entregado a la justicia el caso documentado de los testimonios que dan cuenta del abuso sexual de que fue objeto Alejandra por parte de su padre  y del cerco de silencio de familiares y profesionales que se configuro para que no se supiera nada.
Esperamos que el caso no caiga en la oscuridad de los pasillos y archivos de la Fiscalía, esperamos que se haga Justicia y que las personas, (familiares, profesionales y “amigos” que estuvieron involucrados o enterados de esta triste historia) respondan a la justicia penal y disciplinaria, por qué hicieron, lo que hicieron;  y  por qué prefirieron el silencio cobarde y amañado, a la luz de la verdad que nos hubiera permitido a los que amábamos a Aleja ayudarla a superar el horror del abuso.
En estas semanas hemos vivido el drama que se configura alrededor del tema; hemos podido entender la soledad de las víctimas, que terminan siendo culpables por haber sido abusadas, hemos aprendido que el sistema entorpece la administración de la justicia, y hace que las personas desistan de hacer denuncias o procesos; nos damos cuenta de que el estigma y el silencio que rodean el tema del abuso sexual  generan, vergüenza, sufrimiento, impunidad (que propicia que se repita una y otra vez), imposibilidad de sanar el dolor y la rabia  y algunas veces, como en el caso de Aleja, destruyen las ganas de vivir.
El silencio mata… Hay que hablar!…hay que decir!…hay que organizar dispositivos para atención… No basta una unidad de delitos sexuales (aunque esta sea fundamental)… Además hay que preguntar desde donde estamos mirando el tema, CADA UNO, como parientes, como psiquiatras, como psicólogos, como educadores, como abogados, como sacerdotes, como amigos. Todas las personas con la que hablamos nos dicen que conocen casos… algunos han sido victimas también… ¿Y? ¿Qué hacemos???? Nada…casi nada, intentos individuales desesperados, asustados de que alguien se haga cargo. ¿¿¿Quién se hace cargo?????
Esta nota es un manifiesto de protesta familiar por la muerte de nuestra hermana e hija y  es también una invitación a unirnos para pensar, para trabajar, para llevar luz a tanta oscuridad y poner voz a ese silencio que mata…
“La verdad duele y a veces mata… pero la mentira siempre”
Susana Fergusson y Familia
Martin Espinosa Fergusson
Pablo Espinosa Fergusson
Marcos Espinosa Martínez

Ideas, aportes, reflexiones Contraelsilencio2012@yahoo.es