martes

Tardanza


No podía desviar la mirada, la lluvia, abundante, prolija, desordenada, me tenía cautivada. A lo lejos un relámpago, dos, tres, y el retumbar de su eco entre las paredes. Durante muchos años, le tuve miedo a las tempestades, a los perros, a las sombras de luna llena, a los desconocidos, y a la soledad. A la soledad siempre te tuve pánico, me la imaginaba como un manto infinito, que una vez me cubriese, sería capaz de asfixiarme.
 Todas mis cobardías se me figuraban ahora, como las ondas que produce cada gota de lluvia sobre el pavimentado patio. Sentí deseos de salir, de correr y empaparme, de dejar que el agua me agujereara los temores, y con buena suerte, se expandirían tanto, que paulatinamente se romperían, y yo me libraría incluso de la soledad. Antes de lanzarme en brazos de aquella tentadora idea, me pregunté si debería abrigarme o no, si sujetaría mi cabello, o lo dejaría libre.

Y tanto pensé, que pronto, dejó de llover.

Anónima.

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